miércoles, 20 de agosto de 2014

Te amo

Nahián, te quiero, hijo mío, te quiero, te amo tanto como si hubiera podido ver de qué color eran tus ojos, como si hubiera podido escuchar tu primer llanto, ver tu primera sonrisa o hubiera podido amamantarte. Te quiero tanto como si hubiera podido mecerte una noche tras otra hasta hoy, como si llevase toda la vida esperándote. No me cabe más amor pese a que sólo pude olerte durante el tiempo en que pudimos despedirnos de ti. Recuerdo con tanta ternura los besos que te di, los tantos besos en tu carita, en tu pecho, en tu cabecita húmeda, que no se secaba por mucho que pasaban los minutos, tal vez horas. Tu cuerpecito mullido, con el resbaladizo vérnix aún cubriéndote, protegiéndote. Aunque no pudo protegerte de lo principal, para poder salir como pececillo veloz a que te recibiésemos los tres que te esperábamos con tanta ilusión y desde hacía tanto tiempo. Los tres abrazaditos a ti para siempre.



Te quiero tanto que no caben el rencor ni la rabia en mí, se van huyendo, en cuanto te nombro, en cuanto te recuerdo. Quizá ése sea tu regalo, uno de tus muchos regalos, dejarme el corazón tan henchido de puro amor que no me quepa otra cosa.

Gracias, mi vida. Y si puede llegarte este mensaje a través de quién sabe qué insondable misterio, me gustaría pedirte perdón, por si sufriste al morir, por si en realidad no querías irte tan pronto. Perdón por no haber sabido hacerlo mejor.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario