Nahián, te quiero, hijo mío,
te quiero, te amo tanto como si hubiera podido ver de qué color eran tus ojos,
como si hubiera podido escuchar tu primer llanto, ver tu primera sonrisa o
hubiera podido amamantarte. Te quiero tanto como si hubiera podido mecerte una
noche tras otra hasta hoy, como si llevase toda la vida esperándote. No me cabe
más amor pese a que sólo pude olerte durante el tiempo en que
pudimos despedirnos de ti. Recuerdo con tanta ternura los besos que te di, los tantos
besos en tu carita, en tu pecho, en tu cabecita húmeda, que no se secaba por
mucho que pasaban los minutos, tal vez horas. Tu cuerpecito mullido, con el resbaladizo vérnix aún cubriéndote, protegiéndote. Aunque no pudo
protegerte de lo principal, para poder salir como pececillo veloz a que te
recibiésemos los tres que te esperábamos con tanta ilusión y desde hacía tanto tiempo. Los tres
abrazaditos a ti para siempre.
Te quiero tanto que no caben el rencor ni la rabia en mí, se van huyendo, en cuanto te nombro, en cuanto te recuerdo.
Quizá ése sea tu regalo, uno de tus muchos regalos, dejarme el corazón tan
henchido de puro amor que no me quepa otra cosa.
Gracias,
mi vida. Y si puede llegarte este mensaje a través de quién sabe qué insondable
misterio, me gustaría pedirte perdón, por si sufriste al morir, por si en
realidad no querías irte tan pronto. Perdón por no haber sabido hacerlo mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario